Miércoles 13 de febrero.
IES Jorge Juan de Alicante.
Coordenadas: entre el té con leche que me ha quemado la
lengua y la subordinada sustantiva de complemento del adjetivo (¡Busca, busca,
que seguro que la encuentras!).
Son las 8:55h y avanzamos por los pasillos atestados de
adolescentes que ya han despertado tras la primera sesión. Estamos en una clase
de Lengua Castellana y Literatura de 3º ESO con un grupo de tan solo unos
quince estudiantes porque el resto se encuentra en un desdoble. De modo que me
sitúo al fondo del aula clase, y en un pupitre verde, como una más, pongo ojo
avizor y disfruto observando la capacidad de la profesora para mantenerlo todo
en orden.
Hoy la docente tiene programado un repaso de todo el
contenido que entrará en el examen del próximo día. En el tándem
gramática-literatura, la actividad más destacada de la sesión es el análisis
sintáctico de las oraciones simples. La profesora tiene el objetivo de
consolidar los contenidos vistos previamente de cara a la prueba escrita, por
ello, primero se corrige en la pizarra una oración que traían de casa y luego
les dicta tres más que deben realizar en los siguientes minutos.
La metodología responde al esquema clásico. Ella dicta las
oraciones, el alumnado copia y luego analiza cada uno de los elementos de la
oración. A continuación, de uno en uno salen a la pizarra aquellos que ella
nombra y corrigen con el resto de las compañeras y compañeros. Si hay algún
error, se observa de nuevo y se pregunta al resto si sabe qué es necesario
cambiar. Dos o tres manos se alzan, una especialmente enérgica y las otras como
tímidas, pero existe interés en el aula por desempeñar con éxito la
actividad.
Desde la retaguardia, se observa que la mayoría del alumnado
ha alcanzado el objetivo sin ningún problema y comprende los conceptos
lingüístico-comunicativos. Ejemplo de ello se advierte cuando, mientras se
realiza la corrección, la profesora les propone que realicen la sustitución de
los complementos directos e indirectos por pronombres. El alumnado responde
correctamente. Por tanto, desde mi espacio reservado al fondo de la clase,
considero que no realización ninguna modificación en la actividad ya que la
docente ha logrado sus objetivos.
Sin embargo, para pena de nuestras y nuestros lectores virtuales, las TIC
no han estado presentes en ningún momento. Como ya he comentado, la sesión ha
seguido el esquema clásico donde los haya. He regresado al aula, doce años más
tarde, en las mismas clases y los mismos pupitres verdes medio desvencijados,
con distintas modas pero con ese igual cambiar de los 14, 15 y 16 años. La
razones por esta ausencia pueden deberse a dos motivos. El primero, la
profesora pertenece a la vieja escuela, de hecho, comenta que le encanta
elaborar apuntes para segundo de Bachillerato a mano, sin tantas pantallas. El
segundo motivo es la falta de recursos e instalaciones en condiciones
favorables para el empleo de las TIC. Cada aula cuenta con un proyector pero
únicamente hay un ordenador en el centro para compartir entre todo el
profesorado en un instituto con unos 800 alumnas y alumnos en estos momentos.
La realidad del contexto educativo determina su empleo o no también.
Para ponerle un poco de sal o de azúcar o aliños varios a la sintaxis
(pero, ¿es que eso se puede hacer?), habría empleado letras de canciones o
búsqueda de oraciones simples en noticias de medios de comunicación o espacios
de noticias satíricas como El Mundo Today.
Pero la sintaxis, para chavalada de esa edad, tampoco es que sea un placer para
los sentidos, por ello antes de finalizar, me gustaría señalar lo más importante
que observé: la profesora me pareció una excelente docente. Quizás no utilizara
dispositivos electrónicos, pero el alumnado respondía a sus indicaciones con
interés y el ambiente del aula que se respiraba en el aula era muy positivo,
ellas y ellos se encontraban a gusto, las energías eran buenas y, desde luego,
ese mérito era de la profesora y su actitud ante las y los estudiantes.
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